Arte, ciencia e historia son necesarios para las tareas de conservación y restauración de las obras y los objetos patrimoniales que habitan los museos, bibliotecas e instituciones de todo el mundo. En la Argentina, la UNSAM es una de las pocas universidades que ofrece carreras afines, y quienes se gradúan hoy trabajan en ámbitos de prestigio.
Agencia TSS – Un cuadro, un libro, una película o un juguete tienen, además de materialidad, una historia. Todos dicen algo de la época en la que fueron creados y conservan aspectos culturales de la sociedad en la que habitaron. Por eso, muchos de ellos son considerados como parte del patrimonio social y cultural, y por eso también se vuelve necesario preservarlos en buen estado, para que las generaciones futuras también puedan accede a ellos y a todo su valor.
Quienes se ocupan de esa tarea son los conservadores y restauradores, dos oficios que se ocupan de cosas distintas: los primeros cuidan el entorno en el que se encuentran las obras u objetos a conservar, como las temperaturas, la iluminación y posibles plagas que puedan afectarlas; mientras que los segundos intervienen las obras para limpiarlas o repararlas. Pero a todos se los suele conocer como “conservadores”.
“Todo lo que hacemos tiene que perdurar lo más posible en el tiempo. Es difícil en esta época del consumo y el descarte, pero hay que conservar el patrimonio porque es nuestro, es lo que nos dejaron y lo que les vamos a dejar a los que siguen”, dice Damasia Gallegos, directora del Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales (TAREA) de la Escuela de Arte y Patrimonio de la UNSAM, y explica que la figura del conservador dentro del museo es algo “relativamente nuevo”, sobre todo en América Latina.

“En Europa y en Estados Unidos también, aunque a fines del siglo XIX y principios del siglo XX ya se incorporan ciertas pautas, como la mínima intervención y reversibilidad en los materiales, que implican que hay que intervenir lo menos posible y usando materiales que hayan sido probados y puedan ser removidos”, explica Gallegos, que decidió dedicarse a esto luego de visitar un museo en Estados Unidos, en el cual había obras que habían sido “intervenidas”. “Cuando volví al país, comencé a averiguar, pero no existía la carrera en ese momento. Entonces, entré en el taller particular de Néstor Barrio, que luego fue director de TAREA, que ofrecía una suerte de curso de cinco años al que solo entrábamos cinco personas”. Gallegos también se capacitó en Roma (Italia) durante un año y participó en diversos talleres.
En la EAyP no solo se dicta la Licenciatura en Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural; también se pueden cursar una especialización y dos maestrías vinculadas a estos temas. Además de la parte artística, estas propuestas educativas incluyen aspectos más técnicos, como ciencia de los materiales, química y biología, y también cuestiones vinculadas con las ciencias sociales, como la historia y la antropología.
“Tomamos muestras de las pinturas y las analizamos para saber de qué materiales están compuestos. Además, evaluamos los materiales y vemos cómo envejecen, y corroboramos que los materiales agregados en la restauración no perjudiquen la obra”, detalla Gallegos, y agrega que, además de estudiar distintas materialidades, las carreras ofrecen conceptos de base que sirven a la hora de trabajar sobre cualquier material. “Quienes cursan saben que tienen que estudiar el contexto y documentar, que es muy importante la historia del arte y que también es muy importante la ciencia, porque al conocer los materiales constitutivos, se puede trabajar en función de eso y tomar mejores decisiones”.
Hoy, muchxs graduadxs de estas carreras están trabajando como conservadorxs o restauradorexs en distintas instituciones de la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Entre ellxs, Carlos Gómez, conservador en el Museo del Juguete de San Isidro; María Eugenia Da Re, conservadora en la Biblioteca Nacional; y Martina Soccimarro, conservadora en el Museo Lumiton, en Vicente López.
La vida es juego
A Carlos Gómez siempre le gustaron los juguetes, los colecciona desde que comenzó a sentirse grande como para jugar con ellos, pero nunca imaginó que se ganaría la vida cuidando que no se deterioraran con el paso del tiempo. De hecho, a la hora de elegir qué estudiar pensó en su otra pasión y comenzó a cursar el Profesorado en Artes, en Mercedes, su ciudad natal, hasta que lo llevaron a recorrer un museo y se encontró con dos restauradoras en acción. “Me pareció tan increíble verlas con sus delantales, explicándonos, limpiando la escultura, volviéndole a dar vida al objeto, que dije ‘Me parece que esto es lo mío’. En ese momento, ni siquiera imaginaba que los juguetes debían conservarse”.
Carlos terminó la Licenciatura en Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural en 2021 y hoy es el único encargado de la conservación de la colección del Museo del Juguete de San Isidro, una institución municipal que se propone promover los derechos infantiles, con particular énfasis en el derecho al juego.
“Este museo es muy particular porque es un museo vivo: tiene los juguetes de la colección, que están en vitrinas, pero en cada sala también hay propuestas para jugar con juguetes que no son de la colección”, cuenta Gómez y detalla que allí él se ocupa del manejo del inventario, de recibir donaciones y de la restauración de los juguetes, las veces que sea posible y necesario. Para eso, tiene que estar continuamente investigando y analizando las distintas materialidades sobre las que le toca trabajar, entre las cuales hay, por ejemplo, madera, plástico, tela, cerámica, vidrio y plomo.

“Para mí, el juguete es un objeto cultural y patrimonial, tiene mucho diseño detrás. Por ejemplo, una muñeca, ¿qué tela va a tener?, ¿por qué?, ¿qué estampado?, ¿qué pelo?, ¿hasta dónde?, ¿qué color de ojos? Pasan muchas cosas en un juguete, y ni hablar en algo impreso como un juego de mesa”, reflexiona Gómez.
Por otro lado, lo que más valora de su formación en UNSAM es que no solo le dio conocimientos sobre los materiales y cómo tratarlos, también le permitió desarrollar un criterio profesional sólido: “a la hora de encarar un objeto para restaurarlo, nos dio el criterio para definir por qué restauraríamos tal o cual cosa”, afirma Gómez y agrega que esto es crucial ya que toda intervención es un cambio en el objeto y debe estar justificada.
Leer entre Exlíbris
María Eugenia Da Re siente que la profesión la eligió a ella. “Nunca tuve ese pensamiento de que en diez años quiero dedicarme a tal o cual cosa, yo estoy hoy”, afirma Da Re, que se guía por las cosas que la hacen sentir bien de manera cotidiana y cuando las encuentra se apasiona, quiere saber más y no duda en proyectar a largo plazo. Así fue creciendo su vocación y eso fue lo que le ocurrió cuando decidió estudiar la Licenciatura en Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural en UNSAM.
En ese entonces, ya trabajaba como conservadora en la Biblioteca Nacional, pero para cumplir con los requisitos de ingreso estudió un año en otra universidad hasta que logró ingresar a la carrera, en 2017. “Empecé a trabajar como en este mundo en la legislatura, cuando se inundó en el 2012, como voluntaria”, aclara Da Re y comenta que como había estudiado en un colegio técnico en arte conocía técnicas de encuadernación y eso le permitió quedar trabajando en la legislatura, en la restauración de libros dañados, adonde se desempeño hasta 2014, que pasó a la Biblioteca Nacional.
“Así que hasta el año pasado, que entré al Tesoro, estuve un poco en restauración y un poco en conservación preventiva dentro de la biblioteca”, afirma Da Re y detalla que en esa institución, además de trabajar en papel también lo hace sobre otros materiales como cuero, tela e incluso madera y metales. “En el tesoro hay de todo, ahí está lo más antiguo e importante de la institución, que pueden ser fotos o mapas antiguos, muebles, cuadros, esculturas, libros con distintos materiales de encuadernación y otros objetos”, detalla la especialista y afirma que, por ejemplo, allí está el escritorio y una pluma del ex presidente Raúl Alfonsín y cuadros de Antonio Berni.
Además, agrega que hay libros antiguos que han sido digitalizados en microfilms, que siguen estando disponibles para la consulta y se suman a los materiales a conservar, y también los denominados exlibris, que son grabados pequeños que algunos coleccionistas ponían en las cubiertas o en las primeras páginas de sus libros como símbolo de propiedad. “A nivel material para restaurar, me especialicé más en papel, pero también lo hice en conservación preventiva, y eso lo trabajo en toda la colección”, dice.

Da Re hizo su tesis de grado sobre conservación y hoy destaca que la universidad le brindó conocimientos científicos que le permitieron comprender mejor su actividad práctica y tomar mejores decisiones. “La universidad te cambia la manera de pensar y de hacerte preguntas, te muestra todo lo que debe ser, como debe ser hecho y qué cosas tener en cuenta si no tenés determinados instrumentos o para qué lo querrías tener o por qué son importante cuando se monta un taller de restauración”, afirma Da Re.
“La UNSAM, el Taller TAREA, el laboratorio de Química, es como ir a estudiar algo al primer mundo, pero acá, en Argentina, y totalmente público”, subraya Da Re y destaca la infraestructura con la que contaron durante la cursada. Por ejemplo, recuerda que pudieron hacer radiografías en una obra, analizar distintos tipos de fotografías con luz UV y con rayos infrarrojo, y también hacer análisis con microscopio. “¡Fue fascinante! Y es buenísimo porque se trabaja con un objeto puntual para entender el ejercicio pero después se ven muchos casos y podes aprender en profundidad, o una vez que ya viste cómo funciona la química o la biología del material, lo podes aplicar sin necesidad de volver a hacer el estudio”.
La magia del cine
Martina Soccimarro no era una gran aficionada al cine pero estudió Licenciatura en Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural en UNSAM y, antes de recibirse, ya estaba trabajando en un lugar de película: en el Museo Lumiton, que se dedica a preservar y difundir la historia del cine argentino y de los Estudios Lumiton, que fue la primera productora de cine creada en Argentina, en 1931. Fue contratada en 2023 para poner en valor la colección de afiches de cine del museo y durante un año se dedicó a la restauración de 77 afiches de películas argentinas de los años 30 a los 60.
“Muchos tenían roturas o cinta adhesiva que le ponen los coleccionistas para venderlos o incluso guardarlos”, afirma Soccimarro y explica que si bien el adhesivo se pone del lado del reverso, con el tiempo se acidifica y se ve en el anverso. “Tuve que remover las cintas adhesivas, reparar roturas, hacer reintegraciones adonde había faltantes, con materiales de conservación como el papel Japón o adhesivos reversibles”, detalla.

Después de un año de trabajo, también comenzó a participar en la conservación de los materiales del museo, entre los cuales también hay una colección audiovisual previa al VHS, que si bien se fue digitalizando es necesario conservar el material original, que pueden ser acetatos de celulosa o poliéster, que requieren condiciones específicas de temperatura y humedad ya que son químicamente muy inestables.
“Como mi tesis de grado fue sobre conservación preventiva con monitoreo ambiental mediante sensores, todo lo que apliqué en otro museo para hacer la tesis -se refiere al Museo Sívori-, lo empecé a aplicar acá, empecé a hacer un monitoreo del área de guarda e intentar buscar soluciones para conservar a largo plazo estos materiales”, afirma Soccimarro y agrega que para eso trabaja en conjunto con un colega especializado en material fílmico, que realiza análisis organolépticos para detectar el estado de degradación de los materiales.
A la hora de elegir la carrera, Soccimarro no sabía bien qué hacer, siempre se había interesado en el arte pero también en las ciencias naturales, hasta que en 2017 conoció a un restaurador que le comentó lo que hacía y la impulsó a seguir la carrera. “Me pareció muy hermoso, poder como juntar ambos ambas pasiones, al ver que se pueden unir dos mundos quizás muy distintos o que por ahí uno no pensaría que tienen una conexión tan específica y que se puede estudiar en una universidad”, recuerda Soccimarro y destaca que en UNSAM le brindó “un montón de posibilidades”, no solo por la cursada sino también porque pudo participar en distintos proyectos de trabajo e investigación que acercaban los profesores y le permitieron tomar conciencia, “muy desde el inicio”, del valor del patrimonio y de su conservación.
“Todos los proyectos en los que fui participando en la carrera por tener que cubrir horas de práctica, que todas esas horas prácticas son muy importantes porque te sacan un poco de la teoría para empezar a tener una mirada más profesional, fue muy enriquecedor; y en todo momento, las y los profesores fueron muy abiertos y generosos”, subraya Soccimarro, que continúa ligada a la universidad y participa en distintos proyectos del Centro de Estudios sobre Patrimonios y Ambiente (CEPyA) de la UNSAM, que integra especialistas de la EAyP y del del Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental (3IA).
28 nov 2025
Temas: Arte, Ciencia, Conservación, Historia, Patrimonio Cultural




