Tecnología por afuera del paradigma consumista

Tecnópolis perfecciona año a año su contenido y su entorno, en un espacio que no promueve el consumo. El objetivo es mostrar formas de vida más justas a través del conocimiento accesible a un país en desarrollo. Por María José Morchio y Carlos de la Vega

María José Morchio es licenciada en Literatura y Lengua Inglesa; docente de la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba y de la Universidad Tecnológica Nacional Regional Córdoba; especialista en TIC. Carlos de la Vega es abogado y licenciado en Filosofía.  
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Tecnópolis se transformó desde su apertura, en julio de 2011, en un éxito de dimensiones espectaculares. Desde entonces, en cada edición atrae a centenas de miles de personas, acercándose en varias ocasiones a los 2 millones. Sus instalaciones –ubicadas en Villa Martelli, provincia de Buenos Aires– y el contenido que expone no ha dejado de evolucionar a lo largo de estos años. La muestra exhibe los logros de la ciencia, tecnología y la industria argentina, tanto la que proviene del sector público como del privado, del pasado, como del presente, además de lo que se proyecta hacia el futuro. Este contenido es matizado con actividades artísticas que van desde las presentaciones acrobáticas de Fuerza Bruta hasta expresiones de grupos barriales o espacios para que los chicos experimenten los universos de personajes educativos de dibujos animados argentinos.

Además, hay otro rasgo, otra cualidad, que aunque no es menos omnipresente, a veces se la pasa por alto: la entrada a Tecnópolis es gratuita. Incluso, una vez que se ingresa, casi no hay oportunidad de comprar nada. Únicamente algunos negocios específicos, la mayoría vinculados a formas de economía solidaria y a productos regionales, o a algún tipo de souvenir, que más que reproducir las condiciones de “mercado”, brindan un mero atractivo extra a la muestra. Definitivamente, Tecnópolis no es un lugar donde se vaya de compras, a colmar ansias de consumo, sino que es un sitio adonde se va a contemplar desde los peces contenidos en habitáculos a través de las cuales caminan sus visitantes, hasta las fuerzas que imperan en los dominios atómicos de la materia, pasando por la biotecnología, la recreación de la Antártida, las réplicas de animales prehistóricos animados con técnicas de robótica o las deliciosas formas generadas por siluetas saltarinas montadas en sofisticados zancos y vestidos con coloridas luces. También es un lugar adonde se van celebrar los logros del conocimiento y del esfuerzo de una sociedad específica, la argentina; y también, los del conjunto de la humanidad a lo largo del extenso y muchas veces penoso camino por comprender el universo y a sí mismos.

Tecnópolis es un lugar donde se va celebrar los logros del conocimiento y del esfuerzo de la sociedad argentina.

Tecnópolis no expone una ciencia, una tecnología, industria o arte, desarraigados de los seres humanos concretos, como aquella ciencia portadora de un falso universalismo que pretendieron forjar en la primera mitad del siglo pasado varios de los pioneros de la actividad en el país y que, a pesar de haber permitido progresos importantes, mostraron su incapacidad de reconocerse como parte de un proyecto colectivo más amplio, posiciones que los condenó, en infinidad de ocasiones, a ser transmisores del oscurantismo y el retroceso. Por el contrario, Tecnópolis es el saber y el hacer desde el sitio particular del mundo y de la historia de la humanidad que es la Argentina.

Vislumbrando otros modos de entender la tecnología

Una de las aspiraciones más sentidas, con dolor y esperanza, de los pueblos contemporáneos es el anhelo de superar una forma de organización de la producción y la distribución de los bienes, no sólo materiales sino también simbólicos, que a pesar de su increíble capacidad para multiplicar los artefactos y las capacidades, no deja de expandir la opresión del hombre por el hombre, de incrementar los niveles de desigualdad y de explotación no sustentable de la naturaleza. Tan potente es su poder de dominación que, a través del consumismo –como uno de los mecanismos que sobresale por su ubicuidad y atractivo–, se consolida como un modo eficaz de seducción: aquellos que son sus primeras víctimas son los mismos que se transforman en sus entusiastas impulsores.

Millones de personas en la Argentina, en América Latina y en el mundo llegan a definir sus propias vidas en función de su capacidad de comprar. El fenómeno podría concebirse como democrático, dado que no solo alcanza a millonarios y a ciudadanos de clase media, sino también a los grupos de ciudadanos excluidos. Incluso, cuantas más limitaciones ha tenido una persona para formarse integralmente, más profunda suele ser la influencia del consumo compulsivo. En la raíz de gran parte de la aparentemente inmanejable violencia criminal contemporánea están presentes los imperativos del consumo sin ningún filtro o mediación de otros valores.

Vislumbrando otros modos de entender la tecnología.

Bajo el paradigma de la reproducción capitalista y el consumismo, también la tecnología ha sido subordinada a mero instrumento de maximización de la ganancia, sea por la vía de la eficiencia creciente que destruye el trabajo humano, la depredación masiva de la naturaleza o por la generación de novedades para mantener siempre punzante el impulso a consumir. El mismo poder que aquélla posee para influir los sentidos ha sido empleado para embotarlos y llegar, por medio de ellos, a las conciencias, reduciéndolas al formato de trabajador disciplinado y comprador compulsivo.

Pero este no es el único modo de entender y hacer tecnología. También puede ser la culminación del proceso de conocimiento del mundo que abre las puertas a una recreación respetuosa y cuidadosa de la propia condición humana y de la naturaleza, en donde una y otra vayan explorando nuevas formas de existencia. La experiencia de la cura de las enfermedades nos puede dar un indicio para comprender un poco mejor conceptos que a veces suenan tan abstractos. El conocimiento de la microbiología le permitió a Louis Pasteur desarrollar una técnica para obtener una vacuna que hoy en día protege de la rabia, tanto a humanos, como a animales.

Ser feliz sin consumir

La última década y media ha visto surgir en América Latina varios proyectos sociales, políticos y económicos a escala nacional y regional que desafían el orden capitalista y que se proponen construir modos de convivencia donde converjan equidad, justicia y bienestar. Sin embargo, el camino para lograr estas metas no está nada claro. En algunos casos, se suelen reintentar fórmulas del pasado que no logran dar respuestas superadoras a los problemas del presente. Y un nuevo paradigma cultural no vence a otro hasta que no consigue demostrar su superioridad intrínseca para organizar la vida social y sus manifestaciones respecto a lo que había previamente.

Frente a este panorama, el consumismo se erige como una barrera de protección del capitalismo, que no ha podido ser superada aún. Paradójicamente, los procesos político-económicos que buscan vencer sus rémoras, a veces, terminan retroalimentándolo. Por ejemplo, los grandes esfuerzos realizados para elevar el nivel de vida de enormes sectores de la población pauperizados, al no haber sido precedidos por la creación y afianzamiento de otro patrón cultural de relacionamiento con los bienes y servicios que nos ofrece la técnica moderna, desembocan finalmente en un patrón consumista revitalizado. Y el culto al consumo deriva en el ansia de riqueza per se, que lleva al individualismo, el cual nos retrotrae nuevamente a los mecanismos que reproducen la desigualdad y la explotación del hombre y la naturaleza.

Ser feliz sin consumir.

Tecnópolis nos propone recrearnos sin consumir. No se anula el consumo en un arrebato fundamentalista. Como mencionábamos al inicio, se puede comprar, pero esto es un hecho marginal. Lo central, el núcleo, es aproximarnos a una instancia de cultivo del conocimiento y de celebración de sus realizaciones, al margen de la transacción mercantil. No hay muchos eventos culturales de este tipo. Incluso, algunos muy valiosos y loables, como la Feria del Libro de Buenos Aires, están netamente estructurados sobre una lógica comercial. Desde el cobro de la entrada hasta los stands montados para seducir a los clientes, no tanto para cultivar a los lectores, todo apunta a la obtención de alguna ganancia económica. Por supuesto, hay instancias no tan atravesadas por la lógica mercantil, como pueden ser las conferencias, pero éstas son minoritarias.

Seguramente, hay muchas cosas que se podrán reclamar al decenio que nos precede y muchas otras son aún promesas pendientes de cumplimiento, pero sólo con enorme necedad, gran desconocimiento o intencionada mala fe, se podría dejar de reconocer que se han abierto caminos para percibir y experimentar el mundo y nuestra propia sociedad, de manera diferente y mejor. Ello es condición necesaria para forjar un futuro más promisorio y Tecnópolis ha sido y sigue siendo un luminoso mojón de ese trabajoso sendero.


22 may 2014

Temas: Consumismo, Tecnópolis, Villa Martelli